El respeto también está amenazado de extinción
Buena parte de los males que aquejan a nuestra sociedad y al planeta se debe a la pérdida de ese valor fundamental que apuntala todas las convivencias, las pacifica, mejora y dignifica
Cuando una civilización se resta a sí misma de lo que le permite ser. Cuando una sociedad tiende a la mezquindad por olvidar a los que más la sostienen. Cuando, en fin, la demoledora codicia de los listos acumula tanto en tan pocos. Cuando el más soez de los cotilleos sustituye a la información y el insulto al saludo inclinando la cabeza. Cuando la hospitalidad también está en la UCI. Entonces, el respeto resulta tabla de náufrago.
Porque el respeto es la raíz de todas las convivencias. Es la efectiva y afectiva aceptación de las muchas igualdades que nos hermanan a los otros, sean o no humanos. Supone no mismo exigir la suficiente transparencia no solo en aguas y aires, base de toda salud, sino también en lo que nos permite comprender a través de diálogos tan sustituidos por contiendas.
Precisamente por eso, respetar es respetarse. Algo imprescindible cuando son tan aireadas, consentidas, publicitadas las posiciones de privilegio. De hecho, poco, o nada, crece tanto como las desigualdades que nos llevan a soledades crecientes e imperialistas mentiras.
Por todo ello, estimo imprescindible recordar que nada ha creado mejor la inteligencia que el respeto. Algo que parte de ser consciente, insisto, de las infinitas confluencias y coincidencias, procedencias y pertenencias que compartimos todos los seres vivos. Obviamente, todavía más los que forman una determinada especie. Recordemos que la ecología y la ética han demostrado que somos, como adelantó en verso inolvidable Garcilaso de la Vega, los demás.
Cuando se es capaz de respeto, no se traspasan las famosas líneas, de varios colores y siempre demasiado delgadas, que también han sido creadas por la misma inteligencia. La hoy tan acaparada por su contrario. Por eso gana por aplastamiento el todo vale. Y vale porque el todo, la vida misma, no vale nada.
El respeto, por mucho que apuntala todas las convivencias, las pacifica, mejora y dignifica, nunca ha pasado de la fase inicial, la de los buenos propósitos. Nunca hemos conseguido generalizarlo como primer empeño de nuestra conducta. Sí, por el contrario, ha sido muchas veces destruido. Por eso siempre está en proceso de reparación.
Los derechos humanos y de los animales, el pensamiento ecológico, parte significativa de las filosofías orientales y el humanismo progresista, son los hospitales, por desgracia hospitalizados, donde se intenta curar las más graves enfermedades que nos aquejan. Desprecio, supremacismo/racismo, machismo, sexta gran extinción y asfixia de la misma atmósfera son, en efecto, encadenadas pandemias por falta de respeto.De hecho, somos incapaces, todavía, de un generalizado respeto mutuo y estamos lejísimos del que necesitamos mantener con nuestro derredor. Con todo, la actualidad nos destroza con el colmo de agresiones al respeto.
Junto a la mucha compasión que hemos comprobado funciona a la hora de asistir a los infectados por la última pandemia, hemos padecido y padecemos una descomunal falta de respeto por parte de los muchos que no han tomado las precauciones debidas para no contagiarse ni contagiar. El despropósito alcanza dimensiones de lo lelo y cruel cuando la falta de respeto se hace en nombre de una libertad individual que se la están quitando incesantemente a sus iguales. El respeto parte precisamente de la verdadera libertad, que
consiste, precisamente, en todo lo contrario, es decir, el reconocimiento de la de los y lo demás En poner límites para uno mismo en lugar del "lo hago porque me da la gana" que acapara el presente.De la misma forma que, insisto, respetar es respetarse, el que falta al respeto es el verdaderamente ultrajado por privarse voluntariamente del placer de confluir con sus iguales. Para la mejor filosofía moral, el taoísmo, el agua siempre ha sido un modelo a imitar. Se trata de comportarse como los afluentes con el curso principal de los ríos. Unos y otros son aguas que fluyen, pero que al imbricarse hacen el cauce más caudaloso, es decir, más rico, más lleno de vidas.
Mucho, o todo, de lo comentado se debe al casi total olvido del origen de la palabra. Etimológicamente, 'respeto' quiere decir mirar hacia atrás. Es decir, tener en cuenta lo pasado. Ese que incluye el origen, el terruño, los ancianos, la Historia, especialmente la de la misma vida, es decir, la natura. A la que, por cierto, en otros tiempos se le pedía permiso para obtener de ella la supervivencia y hasta perdón por hacerlo.
Escrito por Joaquín Araújo
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